El autor, en medio del camino de nuestra vida, se encuentra en una selva
oscura.
Tan oscura, salvaje y fiera que le da mucho miedo incluso recordar ese
lugar.
No puede explicar cómo llegó hasta ahí porque era tanto el sueño que tenía en al perder el rumbo que no lo recuerda.
Pero, para contarnos todo el bien que pudo encontrar luego, nos va a relatar su viaje.
Vuelve al relato, y nos cuenta que de repente puede ver la colina luminosa a la que va a intentar ascender por su cuenta para salir de su situación.
Comienza a avanzar, pero tres fieras terribles comienzan a interponerse en su camino y se le impiden: una onza, un león y una loba.
A partir de ahí, no sabe qué hacer ni puede dar un paso más. Está en el momento más difícil, tan difícil que comienza a retroceder hacia la selva.
De repente ve en forma confusa a alguien, callado por mucho tiempo. Aunque no distingue si es un hombre o una sombra, le grita pidiendo ayuda.
Entonces recibe una respuesta y otra pregunta: no es ya un hombre, pero lo fue en su momento; nació en Mantua bajo Julio César y como poeta cantó las hazañas de Eneas. Pero, ¿porqué Dante comenzó a retroceder y no intenta subir el monte?
Dante inmediatamente lo reconoce, ¡es Virgilio!
Animado, vuelve a reclamar su ayuda y le explica que es la loba con la que no pudo y que lo hacía retroceder.
Virgilio le contesta que la loba es terrible, que nadie puede con la loba, pero que ya llegará el veltro que acabará con ella, mandándola nuevamente al Infierno del que la sacó la envidia.
Virgilio entonces le hace su oferta y se propone como guía: si Dante acepta, lo conducirá a su destino pero un camino distinto. Atravesarán Infierno y el Purgatorio; a partir de allí el viaje continuará por el Paraíso hasta llegar a Dios, pero será otra guía con mayor dignidad que se encargará de conducirnos.
Dante acepta, comienza a seguirlo y empieza el viaje.
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